Bueno, en realidad, la única gente a la que le he oido decir eso eran todos tíos...
No vamos a entrar en polémicas: como en todo, habrá personas más y menos hábiles al volante, independientemente de su género.
En mi caso, la mayoría de mis amigos (tanto hombres como mujeres) se las apañan muy bien con el coche así que no puedo valorar si esa afirmación es cierta. Lo que sí puedo asegurar, por experiencia propia, es que cuando alguien conduce mal, lo hace muuuuuuuuuuuuuy mal...
En la Universidad tuve un compañero con el que coincidía en algunas asignaturas a pesar de que él era un año mayor que yo. El tío era majísimo y siempre me echaba una mano con los apuntes
y me daba algunos consejos de cara a los exámenes.
Íbamos a clase en el turno de la tarde. En invierno anochece muy pronto así que, los días que coincidíamos a última hora, nos acompañábamos mutuamente hasta la parada del metro.
Hasta que un día en el que hacía muy mal tiempo, se le ocurrió traer su coche a la Facultad.
Yo no tenía la más mínima intención de subir porque íbamos en direcciones opuestas pero insistió tanto en acercarme hasta la estación que no me pude negar, a pesar de que estaba cerquísima, a unos 15 minutos a pie.
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Ahí íbamos los dos: él conduciendo y yo de copiloto, charlando animadamente, cuando llegamos a una rotonda.
En fin, no es nada del otro mundo, verdad? Miras a tu izquierda, compruebas que no hay ningún otro vehículo con el que puedas chocar dentro de la rotonda y te incorporas.
Pues nada: la rotonda desierta y mi buen amigo con el freno echado... a qué esperaría?
Después de varios minutos parados en el ceda al paso, de repente, sin ton ni son, se le ocurrió acelerar e incorporarse a la rotonda, justo cuando un tráiler enorme avanzaba hacia nosotros!
A todo esto, él conducía feliz, sin percatarse de que el conductor del tráiler tocaba el claxon como un loco mientras juraba en arameo (acordándose de todos nuestros muertos, seguramente...) pero yo creí que moriría infartada en aquel mismo momento!
En mala hora se me ocurrió montarme en aquel coche!
Por fortuna, después de aquello no tardamos mucho en llegar a la boca del metro. Le dí las gracias educadamente, me bajé del coche y le dije adiós con la mano mientras se alejaba.
Cuando bajaba las escaleras hasta el andén aún me temblaban las rodillas...
Ni qué decir tiene que, a partir de aquel día, me las apañé para mantener nuestra amistad lejos de vehículos de cuatro ruedas... para eso, cuando terminaba la última clase, salía corriendo como alma que lleva el diablo para no coincidir con él, de camino a casa!
Era la única solución... porque, qué difícil es negarse a algo cuando alguien, con toda la buena voluntad del mundo, insiste en hacerte (lo que él considera) un favor, verdad?