martes, 1 de febrero de 2011

UN PADRE Y UNA HIJA

El domingo 23 de enero de 2011 murió mi padre.

No fue tras una larga enfermedad. Los chequeos médicos habituales no nos dieron ni una sola pista que presagiase lo peor.

Falleció de un infarto fulminante mientras hablaba con mi madre y se reía de sus propias ocurrencias. En menos de 20 segundos dejó de existir.

Yo estaba en una ciudad que no es la mía y recibí una llamada telefónica a unos pasos de la puerta de mi hotel: tu padre se ha sentido mal; hemos llamado a una ambulancia; le están atendiendo en su habitación. Entonces supe que jamás volvería a verle vivo.


No recuerdo las veces que nos dijimos que nos queríamos en estos 35 años. Seguramente fueron muy pocas porque no teníamos una de esas relaciones en las que continuamente le recuerdas al otro lo importante que es para tí.

Y, sin embargo, no hay nada que me hubiera gustado que supiera y que ahora me arrepienta de no haberle dicho. Siempre he sabido que él me adoraba y él era muy consciente de que yo le quería muchísimo. Hay cosas para las que las palabras no son necesarias.



Aunque hace años que me emancipé, mi padre siguió estando muy presente en mi vida cotidiana. Aún puedo escuchar su risa cuando le decía esta media naranja nunca se entera de nada. Menos mal que te tengo a tí. Se lo decía a menudo y muy en serio porque era verdad: siempre estaba para mí, para todo.

Estos días nos hemos dado cuenta (más aún si cabe) de lo querido que era por familiares, amigos y vecinos que han hecho un paréntesis en su rutina diaria para mostrarnos su cariño, acompañarnos y compartir nuestra pena.

 

Supongo que debería estar muy agradecida por haber tenido un padre que me ha querido tantísimo y que me deja tan buenos recuerdos pero lo único en lo que puedo pensar ahora mismo es en que quiero que vuelva. Aún le necesito.

Hace 9 días que sé que mi padre no está. Me parece increíble tener que hacerme a la idea de que nunca le volveré a ver. No podré darle un beso, ni cogerle de la mano. Dentro de poco no seré capaz de recordar cómo olía, ni cómo sonaba su voz.


La vida es así y no me queda más remedio que asumir que con su muerte ha comenzado una nueva etapa. Sentiré su ausencia el resto de los días de mi vida y tendré que convivir con esta tristeza que siento hasta en los huesos.

Escucho las palabras que muchas veces he utilizado yo para confortar a otros pero no me consuelan en absoluto. Cómo se aprende a seguir adelante cuando pierdes al hombre más importante de tu vida? Con el tiempo; ésa es la única respuesta que se me ocurre.

Mientras aprendo repetiré en mi cabeza la letra de la canción de Manolo García, a ver si me ayuda a encontrar algo de esperanza.

Por respirar, por confiar de nuevo y volver a creer.
Por confiar, por respirar serena y saber esperar.
Renacerás.

No te digo adiós porque nunca morirás del todo para mí. Donde yo vaya, tú estarás conmigo.